miércoles, 14 de abril de 2010

Recuerdo muy bien ese día en que los grandes hacendados tenían que presentarse ante el pueblo para dirigir la celebración del 24 de diciembre en el que el poblado salía conmocionado a la calle con sus lámparas encendidas ¡Claro! Como cada año a mi me tocaba preparar la ropa de mi marido Don Humberto Aguayo, Él poco a poco se estaba convirtiendo en un hombre importante, ya que le habían otorgado el cargo de la vicepresidencia, “dizque” porque era un hombre honorable, pero bueno quien la llevaba era yo, ya que los humos se le habían subido a la cabeza y quería lucir impecable, es por eso que ese día me la pasaba talle que talle, para que su traje quedara limpiecito, después puse esta ropa encima de la cama de tal manera que ni una mosca la tocara; y siendo las 18:00 horas mi esposo hecho los gritos por la ventana preguntando por sus vestiduras.

Así que de inmediato corrí a la alcoba, y valla sorpresa el catecismo de Ripalda de mi hija Prudencia se encontraba encima de él, y como es tan pesado me quería morir pensé lo peor, pero al momento de quitarlo me di cuenta que la tela había quedado lisa como la piel de bebé, se veía tan bien que me quede sin habla, mi esposo estuvo muy contento y la fiesta fue un éxito.

Es por eso que se me ocurrió poner algo pesado encima de la ropa en ocasiones me funcionaba y en otras no. Valla que problema así que tome un pedazo de metal pesado, lo limpie y comencé a ponerlo una y otra vez, hasta comprobar que si lo hacia, así la ropa quedaba mas lisa aunque era un poco dificultoso dejarla horas y horas en un lugar y luego en otro, se me ocurrió que el fuego podía facilitar el trabajo. Cuando mi esposo se dio cuenta cual era el secreto de la ropa impecable se dio a la tarea de construir un objeto especial llamado plancha.


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